lunes, 27 de marzo de 2017

Relato no sexista. "Los sueños, ¿sueños son?

LOS SUEÑOS, ¿SUEÑOS SON? Julia no lo podía creer, hoy era el gran día, el 1 de Enero de 2326, y se iba a poner al frente de la Filarmónica de Viena para dar el tradicional concierto de Año Nuevo, que después de algunos años de zozobra, había vuelto a celebrarse en las remodeladas ruinas de lo que antaño fue el salón dorado de la Ópera de Viena y ahora era una especie de anfiteatro cerrado con una inmensa cúpula dorada. Julia se había preparado a conciencia para dirigir a la prestigiosa orquesta que se había podido consolidar con nuevos músicos en los años de postguerra. Era gracioso, pensaba Julia, que en los siglos XX y XXI, algunas orquestas como la de Viena o la de Berlín, no aceptasen entre sus filas a mujeres, y no digamos que dirigiera una mujer la orquesta, eso era impensable. ¡Lo que habían cambiado las cosas!, pensaba Julia mientras se daba una ducha, a la que siguió un desayuno en la terraza de su habitación, que tenía unas vistas privilegiadas de la ciudad. Una ciudad que como otras muchas tuvo que ser reconstruida, por la devastación que supuso la guerra de los ciento cincuenta años, que empezó en el año 2100. Los cielos del mundo se iluminaron en ese nuevo siglo, pero no por los fuegos artificiales, sino por los bombarderos, y los misiles cargados de armas químicas. El desconcierto inicial, dejo paso a la supervivencia, a personas valientes, hombres y mujeres que decidieron escapar y emprender un camino que diese alguna oportunidad a la especie humana. Al menos eso es lo que había leído en los diarios, que un día Julia encontró en la biblioteca de casa de sus padres, y que éstos le aseguraron que estaban escritos de mano de una tatarabuela suya, que formó parte de ese grupo de personas que hicieron posible que la humanidad tuviese futuro, y cambiase su forma de ver el mundo y a las personas. Julia, que ya había empezado sus estudios musicales en Madrid cuando cayeron en sus manos esos antiguos diarios, los leyó compulsivamente. Esta tatarabuela suya, que también se llamaba Julia, contaba sus inciertos inicios en las profundidades de nuestro devastado planeta. El encierro al que estuvieron sometidos ese grupo de humanos, les hizo reflexionar, dialogar y llegar a ideas que soñaban con poder en práctica una vez la destrucción hubiera terminado. Tal y como habían soñado muchas personas a lo largo de la historia pasada, la libertad y la igualdad deberían ser derechos inalienables y establecidos universalmente de una vez por todas. El famoso, “todo ser humano es igual a otro, independientemente de su sexo, religión, raza, procedencia”, debía ponerse en práctica de una vez por todas. El no haberlo hecho antes había llevado a un mundo convulso, violento, egoísta, avaricioso; podemos decir que Donald Trump fue el origen de todos los males, allá por los albores del s. XXI; nadie se explica cómo salió elegido presidente de EUA, pero una vez en el poder se perpetúo en él, cambiando todo el orden establecido a su antojo y siguiendo sus prejuicios racistas y sexistas. Existieron tímidos atisbos de oposición al régimen trumpiano en el seno de la sociedad americana y europea, pero poco a poco, tales reacciones comenzaron a silenciarse, debido al buen trabajo que hacía la todopoderosa CIA. Como suele pasar, toda persona que se atrevía a plantear un pensamiento crítico era aislada y aniquilada, y el miedo empezó a sembrarse por todo el orbe. La investigación en el ámbito de la defensa y el armamento empezó a vivir su época dorada, y todo ello hizo que, el otrora esperpéntico Trump, se convirtiese en la mano que mecía los hilos de la política y economía mundial. Y es que en ese estado pratiarcal que existía a principio del s. XXI, imperaba la ley del más fuerte, del más agresivo, de la fuerza bruta, y así nos fue. Acabamos, como dijo Thomas Hobbes, en una “lucha de todos contra todos”, en un desprecio hacia culturas y pensamientos distintos, en una profunda infravaloración hacia la mujer, “sexo débil” la llamaban (ahora una se ríe, pensaba Julia, pero en aquella época las cosas eran de otra manera, eran muy duras y a la mujer le había tocado la peor parte), el sexismo y la cosificación de la mujer se llevó hasta límites insospechados e inaguantables. Hizo falta que la humanidad casi se extinguiese para que las cosas cambiasen, hizo falta personas valientes, como la propia tatarabuela de Julia, y otros much@s, para empezar a construir un mundo donde cualquier cosa fuera posible, donde no hubiera ni prejuicios ni estereotipos. Los inicios no fueron fáciles, pero con las ideas claras y una creciente educación cuyo eje central era la coeduación y la corresponsabilidad, el mundo pudo llegar a lo que hoy es: un mundo donde mujeres y hombre son iguales, tanto en el ámbito privado, público, político, social y profesional, un mundo donde Julia va a dirigir la Filarmónica de Viena, y donde más de la mitad de la plantilla de dicha orquesta está compuesta por mujeres. Lo que era impensable en los albores del s. XXI, es algo normal en el s. XXIV. Y por todo ello, Julia salió de entre bambalinas, y entre los aplausos del público saludó, y se dispuso a subir al podio para dar comienzo a uno de sus grandes sueños, dirigir el concertó de Año Nuevo. Cuando se disponía a empezar con la primera de las obras, un vals de Strauss, desde el fondo se su consciencia empezó a oír un sonido molesto que empezó a crecer y crecer. Julia abrió los ojos y se encontró en su cama, eran las 7,30 horas, de un lunes 27 de marzo de 2017, y todo había sido un sueño. Tenía que darse prisa si quería llegar al Conservatorio. Bueno, -se dijo Julia-, tan sólo espero que mi sueño se cumpla, aunque si es posible, sin tanta destrucción por medio. Y tras desayunar salió de su piso de alquiler que compartía con otros dos amig@s y tan sólo le pasó por la cabeza la posibilidad de un mundo mejor donde mujeres y hombres pudieran vivir sin miedos. Abel Granell

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